La miré a los ojos y sentí la profundidad de la paz, de quien se pierde y no teme encontrarse jamás porque ha encontrado el abismo por el que siempre soñó suicidarse. Miré sus ojos y toqué su corazón; y me quemé tan intensamente que hubiese deseado que nadie apagara jamás aquel fuego. Convertí los infinitos en una realidad en la que los instantes se volvían una tormenta en mi estómago.
Por un momento hubiese deseado detener aquel ecléctico cruce de miradas, cerrar los mios y retroceder pero entonces ya era suyo. Yo era prolongación de su tacto, para entonces nadie hubiese sabido mi nombre sin preguntar el suyo primero. Era un hombre sin miedo, podría resistir cualquier tortura, incluso ahora con tan solo recordarlo.
Es una de esas miradas que no pasan desapercibidas.
Por un momento hubiese deseado detener aquel ecléctico cruce de miradas, cerrar los mios y retroceder pero entonces ya era suyo. Yo era prolongación de su tacto, para entonces nadie hubiese sabido mi nombre sin preguntar el suyo primero. Era un hombre sin miedo, podría resistir cualquier tortura, incluso ahora con tan solo recordarlo.
Es una de esas miradas que no pasan desapercibidas.
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