Estoy en la calle, mirando de derecha a izquierda, de izquierda a derecha (Da lo mismo). Ojeando la libertad, vicios, prisas, gente sentada en bancos, árboles parados, pies inquietos. Las nubes ,fuera de la ciudad entornan mis ojos, a un pozo de fantasía y libertad ennegrecida.
Mis zapatillas parecen contagiarse del éxtasis del niño que no entiende al adulto que corre de un lado a otro sin darse cuenta de que hoy ha salido a la calle en pijama, lleva sin mirarse al espejo varias décadas desde que vive con alguien a quien las costumbres le ha hecho aprender a "respetar" sin quejarse. O de aquel otro con gafas de sol a las 21 de la tarde, que parece presumido, intentando esconder sus inseguridades. O a mi, por qué no, que soy una mezcla indulgente, caótica entre ambos.
Qué de historias recoge el autobús de la línea 21, el cual perdió el nombre y  su trayecto, nadie respeta su pasado, es solo un medio inútil que nadie aprecia. La vida al compás tornasolado de los deseos ajenos, se vive de otra forma.
Ojos que no ven, oídos que no escuchan, manos que no acarician, labios que no besan... y sin embargo ellos quieren deshacerse en ello para quedar hechos de la esencia con la que son enaltecidos.
La furia de la soledad se disipa entre los árboles, impasible se puede ver un resquicio de luz entre sus hojas.
Las palabras, los poemas, empiezan donde la luz cambia de continente y nos hace a todos esclavos de los mismos sueños.

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