A esta altura, los incómodos silencios se solapan y me
olvido de la sinceridad a media voz con que puse mi verdad en tu puño. Seguros
de no acabar cogiéndonos, obviamos las caricias y nos entregamos a la
satisfacción propia, ciegos de pasado.
Presos de nosotros mismos, de la libertad, por no tener el coraje
de dejarnos, no supimos ser del otro. La
belleza es irreconocible en los ojos de quien no sabe mirarla. El efluvio de ambigüedades reseca la escasa
grasa que queda en el quicio, la locura. Veo mujeres besándote en la nuca y el
básico estigma que me habría empujado a irme, ha hecho que quiera quedarme.
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