Un suspiro me levanta de la cama, ¿acaso sigo soñando? las calles están vacías, el silencio me desgarra por dentro. Muchos de nosotros pensábamos que tras 30 días encerrados arderíamos en las llamas que nuestro propio interior provocaría. Parece algo literario, por lo distópico de las circunstancias… Pero es real. Nos toca liderar una guerra sin ideologías. Cada uno de nosotros pertenece al mismo bando. Y sé, que aunque este monstruo que nos acecha es invisible, lo miramos a la cara día a día y le hacemos frente.
Nos quedamos en casa porque somos conscientes de que estar encerrados supone que un niño pueda volver a ver a sus abuelos. Los que se dejaron la piel, los que inmigraron, los que con paños cambiaban a sus bebés, los que iban a por agua a la fuente con cántaras de agua para dar de beber a sus familias. Los maestros de la vida… No puedo evitar imaginarme a mi abuela aprendiendo matemáticas con 60 años, yendo a coger aceituna con 70 y hoy con 84 luchando contra el alzheimer y contra este virus que desconoce. Ella, al igual que muchos otros abuelos, no sabe que cuando el virus entra en alguna residencia rara vez sale sin llevarse a alguien.
Recluidos en nuestras casas miramos por la ventana y cuando la abro, el aire me trae recuerdos. El amor que espera, la llama que se mantiene encendida, el aroma de un último beso, un amargo hasta pronto que más bien será un hasta bien tarde… Por suerte me siento a salvo de mis propios miedos, pues tras un largo tiempo de reflexión en mi hogar sé lo que supone una pérdida… Seguir viviendo con el aroma de quien ya no está, pero que aun vive entre nosotros. A menudo veo a la gente pensar que esto puede pasarles y solo me gustaría decirles que lo tenemos todo: solo necesitamos cerrar los ojos.
Recuerdo los mensajes de compañeros que se encuentran trabajando en el hospital, videos de camioneros que cada día llevan alimento hasta los supermercados, a las limpiadoras que se dejan la piel para que este virus tan contagioso no se siga transmitiendo... Es tan intenso el sentimiento que me produce el saber que todos estamos dispuestos a ayudar en cualquier tarea, poniendo en riesgo nuestra propia salud para ayudar a los demás y que la transmisión pare. Estamos hechos de coraje. Somos pequeños héroes invisibles… y al sumarnos hacemos de este mundo, un mundo mejor.
Os puedo imaginar esbozando una sonrisa cuando os escucho aplaudiendo a las 8 por todos los que se dejan la piel cada día… y sé que no es solo un aplauso, es una forma de reponer fuerzas, de decir “adelante”. Por unos segundos todos quedamos sumidos en un mismo gesto que se vive a cámara lenta. Allá donde estéis, en vuestras casas o trabajo, con o sin vuestra familia. No importa ser positivo, no importan los ERTE. Importa cada pequeño gesto, cada estúpido meme que nos sube el ánimo por las mañanas, cada video de Joaquín en bata. Esta, compañeros, es la banda sonora que nos acompaña ya desde hace al menos 12 días.
Seamos como niños. Incansables. Guerreros con capa y espada. Almas libres. Que nuestra mente no sea nuestra cárcel. Luchemos para derrotar nuestros propios monstruos. Aprendamos de ellos, pues la libertad se encuentra en el pequeño espacio situado entre espalda y esternón. Ahora sabemos qué siente un pájaro al estar encerrado en una jaula. Ahora somos nosotros los que “cantamos” a través de los barrotes de nuestro balcón. Intentando ser escuchados, empoderando esta lucha con palabras o notas musicales. Sabiendo que cada día que pasa, soltamos un poco más esta cuerda que nos ata al sofá de nuestra casa.
Cada vez somos más libres, porque cada día en casa nos recuerda lo que de verdad importa: llegar hasta la orilla y rozar el agua...
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